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Como administradora y fundadora de este foro quería dedicar una pequeña sección para todas aquellas personas que me ayudan cada día a seguir adelante con este foro. Muchas gracias a todos los componentes de este rol por dedicarme incansablemente su apoyo y ayuda, por sus risas y por su amistad. Gracias a todas aquellas personas que están inscritas, porque sin ellas, este foro no sería lo que es. Gracias ♥
También decir gracias a las plataformas que ofrecen su ayuda con códigos y demás cosas, ya que así hemos podido hacer que el foro tenga una presentación más bonita.
Quería dar en especial las gracias a mi compañera Anita por hacer todo lo que está en su mano por ayudarme con todo lo que necesito, por ser siempre sincera y por aportar ideas fantásticas que hacen que este foro no sea como los demás. Eres fantástica compi ♥
No se me ponga celosos los demás, como ya deje antes, esto sin ustedes solo sería una idea en un cajón, ¡gracias por todo! Gracias también por leer y espero que este rol de caballos conquiste vuestro corazón.
Atte: Luna, fundadora y administradora del club.
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Golden Hills
3 participantes
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Golden Hills
~ Información
Golden Hills está a las afueras del pueblo. Son unos campos preciosos donde se puede pasar un buen día, pasear —a caballo o a pie—, jugar, relajárse y todo aquello que se te ocurra. Lo más característico de Golden Hills son sus caminos, llenos de árboles que en otoño transforman sus colores en tonos anaranjados y dorados, de ahí su nombre. Tiene infinitos lugares donde descansar: merenderos, bancos, zonas de picnic, etc. En algún lugar de estos preciosos paisajes, en una de las colinas más altas, se encuentra la casa de los antiguos dueños de la finca, la señora y el señor Wind, que decidieron donar sus terrenos al pueblo donde crecieron y se enamoron, al no tener herederos. Desde allí se pueden disfrutar de las preciosas vistas. La casa está totalmente amueblada, manteniendo todas las pertenencias de la pareja. Sus puertas están abiertas para los visitantes que quieran entrar, a pesar de que no sea un lugar muy visitado, ya que poca gente conoce su existencia.
- Imágenes:
- Fotos de los paseos de la finca:
Uno de los lugares de picnic ↑
Casa de la familia Wind:
Parte delantera de la casa ↑
Parte trasera de la casa ↑
Lugar de descanso con ventanas al exterior ↑
Guardilla con ventanas al exterior ↑
Dirección del Club- Admin
- Mensajes : 60
Re: Golden Hills
- Último coment de Rebecca:
- Entré en el box de Inti cuando él se comió las golosinas que le ofrecí. Me quedé un buen rato dándole mimos, riendo con sus acciones y cepillando todo su pelaje ya de invierno, hasta que reluciera. Peiné sus crines y su cola hasta que quedasen libres de enredos, y me dispuse a equiparlo. Le coloqué un sudadero color verde claro, que resaltaba sobre su pelaje, y unas vendas del mismo color. Le coloqué la silla y las bridas, asegurándome de que todo estaba bien colocado en su sitio. Después de mi inspección, abrí la puerta del box de Inti y lo saqué del box. Debido a que el cuerpo del semental me tapaba, no vi que otro caballo salía, hasta que Inti se apartó y pude verlo. Paré abruptamente, acariciando a Inti. —¡Lo siento!— Me apresuré a disculparme, reconociendo la otra voz que habló, a pesar de que no podía verlo porque estaba siendo tapado por el cuello de la yegua con la que tropezamos. Mi corazón tropezó, perdiendo su ritmo. Apreté las riendas de Inti con fuerza, como buscando algo con lo que sostenerme y no caer. Vi sus ojos verdes asomar por debajo del cuello de la yegua, conectándose con los míos. Finn. No me lo esperaba. Me quedé en silencio, sin saber muy bien qué decir. —Ho-Hola. Sí, cierto, hace ya bastante que no nos veíamos.— Dije, aún algo tímida. No me había preparado mentalmente para encontrarme de nuevo con él. Lo observé desde mi lugar. Estaba tan mono. Le quedaban realmente bien los gorritos, y su peinado me encantaba. Y su amplia sonrisa, dejando ver sus blanquísimos dientes, y esas pequeñas arruguitas que se formaban cuando sonreía.
Estaba perdida en el brillo de sus ojos verdes cuando él volvió a hablar. Parpadeé un par de veces, volviendo a poner los pies en la Tierra. —Bien, estoy bien. ¿Y tú?— Sonreí, escuchando sus siguientes palabras. —Ah, ¿sí? ¿Y eso?— Dije, mirándolo curiosa. ¿¡Se había acordado de mí!? Sentí que mi corazón volvía a tropezar. No podía negar que Finn me ponía nerviosa, y odiaba aquello. Bueno, lo odiaba a mí manera. Me entraban ganas de saltar sobre su espalda y gritarle que no provocase ese nerviosismo en mí. Odiaba que fuese tan perfecto. Pero a la vez me gustaba. Agh, estúpido y sensual Finn. Presté atención a sus siguientes palabras. ¿Me estaba invitando a dar un paseo con él? Ay. —Yo también iba a dar un paseo.— Sonreí. Vi que Finn arqueaba una de sus cejas, y me di cuenta de que mi respuesta no había sido muy directa. —Siempre es doblemente mejor dar un paseo en compañía.— Añadí con rapidez, terminando mis palabras con una sonrisa.
Ambos caminamos hasta el exterior de los establos, teniendo cuidado de no tropezarnos con nadie en el camino. Ya afuera, me monté sobre Inti y lo acaricié. Cuando Finn montó a mi lado, le sonreí, mientras le pedía paso a Intikilla. El semental avanzó, y miré hacia atrás para mirar a Finn. Cuando se colocó a mi lado, me dedicó una sonrisa, a lo que miré a otro lado. —¿Qué te parece si vamos a Golden Hills? Tiene pinta de ser un sitio bastante bonito.— Sugerí, volviendo a mirarlo, mientras esperaba su respuesta. Sonreí cuando aceptó, y acaricié a Inti, para luego pedirle trote, y más a continuación, galope. —¡Venga, una carrera!— Exclamé, ya a unos metros de distancia de Finn, riendo.
Finalmente, llegamos hasta Golden Hills, después de una intensa carrera. Finn me adelantó varias veces; su yegua, Athenea, era bastante rápida, pero con algo de esfuerzo, en el último momento, Inti y yo los adelantamos un poco y ganamos. —Wow, eso fue divertido.— Dije, con la respiración agitada, acariciando a Inti mientras nos recuperábamos de la carrera. Observé todo el lugar. Un infinito camino se abría ante nosotros, delimitado por enormes árboles, que perdían sus hojas, bañando el suelo intensos tonos dorados y rojizos. Aquel lugar era hermoso. Jamás había visto algo así, a excepción de un par de veces en las películas. Era utópico. Avanzamos al paso, entrando en el camino, mientras lo observaba todo con curiosidad, fascinada ante mis vistas.
Sonreí al escuchar su respuesta. Me hacía feliz que estuviera bien.— Me alegro, yo bien, tambien.— sonreí ladino mostrando algunos de mis dientes. Sentía un lijero ardor en mis mejillas, semejantes a los cálidos rayos del sol en verano. ¿Qué me pasaba? Me estaba... ¿¡Sonrojando!? Oh, no, no puede ser. De repende aquella sensación invadió mi cuerpo. Aquella respuesta ante la tontería que había dicho antes estaba teniendo sus consecuencias. Sonreí, buscando algo de tiempo para buscar la más estupida respuesta que mi mente logró formular.— Sí.— dudé por un momento, pero inmediatamente me mostré seguro, intentando sacar a relucir mis dotes de actor y de improvisación.— Estaba viendo la tele cuando anunciaron un anuncio de rebecas. Ya sabes, ahora que estamos en otoño no paran de salir anuncios de esos.— inquirí con una sonrisa torcida de nuevo, dándole la vuelta a la situación, como solía hacer. Sabía que le sacaba de quisio la relación que hacía de su nombre con la vestimenta, pero era uno de mis tópicos para hacerla enfadar durante el verano. En su rostro se empezaban a mostrar los primeros indicios de enfado. Ya podía captarlos. En seguida sus fosas nasales es expandían ligeramente, su ceño se fruncía y sus dedos empezaban a engruñarse. Pero antes de que pudiera hacer nada corrí a abrazarla, atrayendola hacía mí y achuchándola con todas mis ganas, colocándo su cuerpo entre mis brazos.— Ey, no te enfades. Solo es una broma.— inquirí cariñoso mientras con una de mis manos agitaba ligeramente su pelo. Fue a decir algo, pero me apresuré a sujetar con mis manos sus hombros y mirarla a los ojos, que ahora se encontraban a pocos centímetros de mí.— Shhh...— comenté depositando un rápido y dulce beso en su frente.— Ya me callo.— dije algo burlón, ya que era muy difícil mantenerme en silencio. Me quedé en silencio unos segundos y deslicé mis manos hacia abajo, acabando junto a mi tronco, pero antes rozando las delicadas manos de Rebecca. De nuevo esa calurosa sensación. Era tal el bochorno que desabroché uno de los botones de mi chaqueta. Así estaba mejor... Tras hacer esto le ofrecí dar un paseo conmigo. ¡SÍIII! ¡Había dicho que si! ¡BIEEN! Ante sus siguientes palabras solo pude soltar una carcajada.— Y triplemente mejor si es conmigo...— inquirí levantando rapidamente mis cejas una y otra vez, mientras ladeaba mi rostro. Verla sonreír con mis tonterías me hacía inmensamente feliz, no sabía cuanto...
Su sugerencia me pareció brillante, de lo más acercada sin duda. Aquel sitio en otoño decían que era precioso, y qué mejor que visitarlo por primera vez en otoño y, además, con al chica más bonita que existiera. Bueno, la más bonita y la más adorable, tierna, divertida, simpática chica que había tenido el honor de conocer. Quizá me estaba enamorando... Aquella pequeñaja había robado mi corazón. Ay, por primera vez en mi vida alguien me importaba realmente. Uf, maldita niña terriblemente adorable y seductora. Sacudí ligeramente mi cabeza al darme cuenta de que empezaba a tardar en formular una respuesta.— ¡Me parece genial! Vamos.— comenté sonriente, mirando lo preciosa que se veía sobre Intikilla. Me gustaba aquel juego... Aquel juego de pillar al otro mirándote mientras tu estás en otras cosas, y ella ahora mismo había sido pillada, había desviado la mirada al coincidir con la mía.
¿Carrera? Me sonaba bien... Preparados, listos,...¡YA! estuvimos muy igualados durante el trayecto, pero ya llegando a la entrada, miré durante unos instantes como su caballo avanzaba con velocidad a mi lado, como las hojas caídas del suelo eran removidas por sus cascos y como el pelo color otoño de Rebecca acariciaba con cariño el aire frío. Todo pasaba como a cámara lenta. Quizá no fueran imaginaciones mías, era que iba perdiendo velocidad. Me había quedado embobado con su belleza en plena meta. Llegué a la entrada con la respiración agitada, mientras Reb cantaba victoria.— Sin duda, muy divertido.— inquirí una vez a su lado, mientras le daba algunas palmaditas en el cuello a Athenea y unas cuantas caricias. Luego le susurré.— Tranquila, habremos perdido, pero tu y yo en nuestro interior somos unos ganadores.— dije riendo, para luego dedicar una miradita a Reb.— Bueno, ganadora. ¿Cuál quieres que sea tu premio?— comenté sonriendo, esperando una respuesta. Me moría por saber que quería como recompensa.
Los inmensos caminos se abrían paso entre nosotros. Los árboles color cobre perdían sus hojas con facilidad, el viento arrastraba alguna de ellas tirándolas al suelo. Ese agradable olor a humedad proveniente de la tierra mojada lo invadía todo. Me recordaba a mi infancia, cuando iba al campo con mis padres y jugaba en los charcos y en el barro. Que fácil era aquella epoca, cuando nada importaba demasiado. Lo único importante era pasarlo bien y tener tiempo para jugar... Bueno, aunque ahora que lo reflexionaba mi vida no había cambiado tanto. Posiblemente porque seguía comportándome como un niño.
A veces miraba de reojo hacia Reb, e incluso a veces compartíamos alguna mirada tímida o risueña. En una de estas veces, mientras hablaba de Reb sobre algo, el viento consiguió arrancar una gran hoja de un arbol cercano y, el viento que venía de frente, logró estampar aquella dorada hoja sobre mi cara. Reb no podía dejar de reír, mientras que yo me disponía a quitar la hoja de mi rostro y sujetarla con mi mano mientras se la enseñaba a Reb, haciendo una mueca fingida de desagrado.— Auch. Todo me pasa a mi, ¿eh?— comenté entre risas aún con la hoja en la mano. La observé durante un instante. Me pareció tan bonita que la guardé en una de las alforjas, para tener un recuerdo de aquel día de otoño junto a Reb.
A veces cambiabamos el paso, incluso galopamos algunas veces, cuando el camino era llano y no demasiado embarrado. Era genial montar por allí, sobretodo galopar al aire libre. En mi anterior club apenas nos dejaban salir de la pista con los caballos, y mucho menos si no eran de tu propiedad. Me limitaba a dar vuelta tras vuelta en una pista sin rumbo, simplemente detrás del que iba delante mía en la tanda, haciendo todo aquello que me dijera el monitor. En cambio aquí era diferente. De hecho, apenas daba clases con algún monitor, sino pagaba mi inscripción en el club y hacía lo que quería. Además, tenía el plus de tener aquí a las tres niñas de mis ojos: Nawin, Athenea y,... Reb. Que en el corto tiempo que llevaba aquí se habían ganado mi corazón.
Durante el camino vi unos metros más allá un pequeño caro sin tanta arboleda y, un poco más allá una preciosa fuente blanca de caballos. Le pedí a la yegua que girara en dirección al claro.— ¡Ven!— le dije a Reb, mientras miraba hacia atrás y buscaba sus brillantes ojos. Fui a un trote alegre entre los árboles, haciendo como si estuviera en una especie de juego de flexión de barras hasta llegar al claro, situándome al lado de la fuente. Amarré a Athenea en una de las bajas y gruesas ramas de un árbol cercano, y esperé a que Reb llegase sobre Inti. Venían justo de frente. El sol de la media mañana doraba el cálido rostro de la chica, al igual que el empezado pelaje de invierno de su equino. Mis ojos la inspeccionaban con detalle, parte a parte, sin dejar nada atrás. Una vez a mi lado la recibí con una sonrisa. Tomé una de sus manos y la besé con delicadeza, para luego dedicarle una pequeña reverencia.— Su majestad. ¿Desea tomar un delicioso picnic con un servidor?— inquirí, mentiéndome en el papel de la época. Ayer mismo había hecho un nuevo casting y, para mi sorpresa, ¡me habían escogido! Estaba muy ilusionado, ya que la obra prometía. La historia trataba sobre un bufón, que en su día se había había interesado de una joven dama, Sansa. Los dos se llevaban muy bien, pero un día el bufón dejó de ver a la chica. Perdió las esperanzas en aquel sentimiento llamado amor y solía ahogar sus penas en vasos de ron. Hasta que un día aquel chico conoció a una dulce señorita llamada Ayra, que le dejó totalmente prendado. A los meses de conocer a la nueva chica el bufón se volvió a encontrar con el que fue "su primer amor", pero ahí es cuando se da cuenta de que lo que siente por Ayra es verdadero y único, pero no se atrevía a confesarle todo aquello que sentía por ella. Sin duda una tragi-comendia que relataba la vida misma sobre los celos y las relaciones amorosas. Me parecía muy interesante, ya que solía ser muy celoso, pero trabajando para el casting de la obra me di cuenta de que eran algo innecesario y que lo único que traían eran problemas...
Rebecca aceptó mi propuesta, y cuando sus pies llegaron al suelo me hizo despertar de la trama de la obra. Al verla a mi lado sonreí, mirando ligeramente hacia bajo.— Eres bajita.— inquirí riendo. No es que ella fuera baja, realmente era porque yo era muy alto, pero me gustaba chincharla. Antes de que se pudiera quejar demasiado pasé una de mis manos alrededor de su hombro y lo atraje hacia mí, abrazándola.— Aish, mi pequeñina.— comenté burlón mientras la soltaba. Ella empezó a reirse mientras se alejaba de mí a paso rápido, a lo que yo respondí persiguiéndola de un lado al otro del claro. Una de éstas veces me la encontré de frente, cogiendola por la cintura y apoyando su pequeño cuerpo en mi hombro izquierdo.— ¡Soy un ogro! Me llamo Shrek. He de adivinar que tu eres Fiona, ¿no es así?— dije distorcionando mi voz ante el primer parecido que encontré con la escena de la primera película de estos personajes. Caminé unos pasos más mientras ella pataleaba y me daba inocentes golpes. Bueno, eso hasta que perdí el equilibrio. Pum. Las hojas que estaban amontonadas en un rincón volaron por todos lados, por suerte eso amortiguaba la caida. Estábamos muy cerca, como aquella vez en el lago. La mitad de mi cuerpo estaba sobre el suyo y, aunque eso creaba en mi cierto nerviosismo y sonrojamiento me quedé ahí, incluso puse una de mis manos apoyada en la cabeza, mientras observaba el rostro de la preciosa chica. Sus ojos brillaban con intensidad con la claridad, sus labios entre abiertos, con la respiración agitada.— Parece que las hojas no son lo único que cae hoy.— comenté burlón, incluyendo una sonrisa ladina. Miré algunos segundos a sus orbes, que se tornaban en colores grises. Después tropecé con sus labios. Me acerqué ligeramente a ellos, sin poder evitar besarla, aunque sus labios no fueron los afortunados, sino su nariz. Posiblemente había dado falsas esperanzas, no por falta de ganas, sin duda, sino por miedo a cagar aquello que teníamos. Quería conservar aquel juego de niños por siempre, ya que yo como pareja solía ser un puro desastre, y ella me gustaba demasiado como para hacerla sufrir. Me levanté y le ofrecí la mano para que se levantara, ahora ya más tranquilo. Cerca había una especie de mini caseta donde se podía pedir prestado un mantel y vendía cestas de picnic con comida. Pedimos lo necesario y volvimos al lugar. Extendimos el mantel y colocamos sobre el toda la comida que venía en la cestita. Cogí un sandwich y miré a Rebecca.— ¡Buen provecho!— dije mientras le pegaba el primer mordisco al sandwich. Hhmm... ¡Estaba delicioso!
Desde allí se podía ver las colinas doradas y cobres hacia abajo, el volar de algún pájaro en el cielo, el intenso olor a bosque y el suave sonido de la fuente. Era perfecto. Pero lo que lo hacía aún más especial era la presencia de aquella chica. Como adoraba observarla. Inluso cuando se sentía fea me parecía hermosa. Su sonrisa hacía que me olvidara de todos mis problemas, quizá de ahí el que siempre me gustara hacerla reír. La amaba. Al fin lo admitía. "Amo a Reb,..." Qué bien sonaba.
Finn- Mensajes : 13
Re: Golden Hills
Al escuchar su respuesta a por qué se había acordado de mí, comencé a fruncir el ceño y a inflar mis mejillas, enfadada. Sabía que lo odiaba y que me hacía enfadar aquella comparación. Estaba a punto de chillarle y de darle una colleja cuando rápidamente me rodeó con sus brazos y me pegó a su cuerpo, abrazándome. Todo mi cuerpo se paralizó. Abrí los ojos como platos y en cuestión de segundos sentí que mis mejillas se enrojecían. Pero no hice nada, simplemente me quedé así, con mi cabeza apoyada en su pecho, totalmente congelada y, sin duda, disfrutando de estar entre sus brazos. Su delicioso perfume no tardó en inundar mi fosas nasales, y ahora que no veía mi rostro, me permití el lujo de sonreír tímidamente. ¡Estúpido y sensual Finn! Me separé rápidamente de él cuando revolvió mi pelo y abrí la boca para gritarle que dejase de hacer aquello, pero enmudecí cuando lo vi tan cerca de mí y volví a abrir los ojos ampliamente, sintiendo de nuevo el cosquilleo de un rubor en mis mejillas. Mi respiración se paró cuando besó mi frente y rozó mis manos. Rápidamente lo miré, directamente a los ojos. Sentía una fuerte presión en el pecho, que no sabría muy bien describir; solo sabía que la sentía única y exclusivamente con la presencia de Finn. Bajé mi vista, siguiendo sus hábiles dedos mientras desabrochaba un botón de su chaqueta. Qué tentador era estirar mi mano para quitar los demás... ¡REBECCA! Mi subconsciente acaba de darme una fuerte colleja y me mira con desaprobación. ¿En qué estaba pensando? Oh, Dios. Me sonrojé bastante, hasta el punto de que creí que moriría por combustión espontánea allí mismo.
—Qué modesto.— Reí antes su comentario, risas que aumentaron al verlo elevar las cejas repetidamente. Finn siempre sabía cómo hacerme reír a carcajada limpia. Me encantaba. Estar con él era como ir a una de esas sesiones de risoterapia que la gente estresada tanto busca. No podía negar que era bastante afortunada por tener un amigo como él, a pesar de que cada dos por tres esté haciéndome enfadar.
Durante todo el camino nos mantuvimos uno junto al otro, y no podía evitar sonrojarme de vez en cuando, cada vez que él me pillaba mirándolo o yo lo pillaba a él mirándome a mí. Era divertido, pero algo bochornoso cuando el otro te pillaba in fraganti. Cuando me pilló por tercera vez mirándole, me sonrojé y bajé la vista hacia mis manos, que sujetaban las riendas de Intikilla. Decidí, por mi propio bien, no volver a mirarle, y para ello, propuse hacer una carrera. Fue realmente divertido. Me mantuve todo el trayecto riendo, tratando de mantenerme por delante de Finn. No fue nada difícil, pero finalmente ganamos Inti y yo. Solté un gritito feliz y abracé el cuello de Intikilla, felicitándolo y premiándolo. Miré a Finn cuando él habló y arqueé mis cejas. —¿Cuál quiero que sea mi premio?— Tú. ¡REBECCAAAAA! Oh, no. Agité mi cabeza para intentar apartar aquellos pensamientos y dejarlos ocultos en lo más profundo y oculto de mi cerebro. ¿Qué me pasaba? —No sé, tendría que pensármelo.— No te sonrojes, no te sonrojes... No sabía qué elegir como premio, pero sí que me apetecía que fuese uno con lo que poder pillar un poco a Finn y poder reírme otro tanto. No iba a ser él el único que se ría fastidiándome. Donde las dan las toman, Finn.
Seguimos paseando por las inmensidades de aquel lugar, charlando y riendo entre nosotros. De vez en cuando nos mirábamos mientras hablábamos, e incluso nos dedicábamos sonrisas risueñas y divertidas. En una de esas veces que lo miré, vi cómo una hoja bastante grande era arrastrada por el viento directamente hasta su cara. Intenté no reírme, pero fallé estrepitosamente. Estallé en carcajadas, echándome hacia delante sobre el cuello de Inti y luego hacia atrás, sin poder dejar de reír. Era demasiado gracioso. Y para colmo, aquella escena se repetía incesablemente en mi cabeza, una y otra vez, produciéndome más y más carcajadas. Me faltaba el aire, pero no podía parar. Volví a mirarle, todavía riendo, viendo cómo apartaba la hoja de su cara y la miraba con desagrado. —Eso parece.— Dije entre risas, pasando mi dedo por debajo de mi ojo, enjugándome una pequeña lágrima que comenzaba a salir debido a la risa.
Continuamos con nuestro paseo. Aquel lugar era inmenso, y precioso, absolutamente precioso. La verdad era que donde yo vivía antes no había estos lugares. Estaba segura de que a mi padre le encantaría verlos. Mi padre... ¿Cómo estaría? Lo echaba de menos. El muy cabezota no quiso venirse al club conmigo, así que ahora solo hablo con él cada tanto, cuando ambos tenemos tiempo libre. No le he hablado de Finn. Bueno, tampoco tendría por qué hablarle de él. O quizá sí; era mi mejor amigo aquí. Sí, un amigo al que en verano estuviste a punto de besar... Oh, Dios, aquel momento fue muy vergonzoso. No sé qué me pasó; creo que me dejé llevar. Por lo menos Finn se separó y me impidió que hiciera una locura, aunque aún me queda ese recuerdo perturbador.
La voz de Finn me sacó de aquellos pensamientos y lo miré, arqueando las cejas. —¿A dónde vamos?— Pregunté mientras hacía que Inti tomase el mismo rumbo que Athenea y él. Lo seguí al trote, con curiosidad. Cuando ambos llegamos a un precioso claro, no pude evitar abrir la boca, impresionada y maravillada. Aquel sitio era precioso, y cuanto más lo descubría, más me impresionaba. Frené un poco a Inti y lo puse al paso mientras nos acercábamos a donde estaban Finn y Athenea. Al llegar, le dediqué una sonrisa al joven, aunque esa sonrisa se acabó convirtiendo en un gesto de asombro cuando se acercó a mí, cogió mi mano y besó mis nudillos. Nunca me habían hecho algo así. Contuve la respiración cuando hizo la reverencia y me obligué a tratar de reaccionar con normalidad, como si nada. Creo que acababa de derretirme y deshacerme pedacito a pedacito cuando tuvo ese detalle. Me recompuse mentalmente y sonreí cuando él habló. —¿Su majestad? Vaya, creo que no me costaría mucho acostumbrarme a tantos halagos, pero creo que estás exagerando un poquito, Finn.— Respondí ante sus palabras mientras bajaba de Inti. Cuando coloqué los pies sobre el suelo, me giré hacia él, quedando a pocos centímetros de distancia. Lo miré directamente a sus expresivos ojos verdes y sonreí. —Será todo un placer tomar ese delicioso picnic con ese servidor.— Dije, sonriendo divertida. Para él mirarme, debía bajar la vista, ya que yo solo le llegaba hasta el hombro. Qué alto era. Su voz me sacó de aquellos pensamientos, y al escucharlo, enarqué una ceja, incrédula. —¿Bajita? Perdona, pero desde siempre he sido la más alta de mis amigas. Cuidado con lo que dices.— Respondí, frunciendo los labios e inflando un poco las mejillas, enfadada. Bueno, no sé por qué me enfadaba con ésto, pero no sé, con Finn todo lo que sentía era exagerado. Conseguía chincharme con cualquier cosa. Estúpido y sensual Finn. Volví a abrir mi boca para quejarme, pero en ese instante Finn pasó su brazo por mis hombros y me atrajo hacia sí. Mi rostro de enfado se fue tornando a uno asombrado e incrédulo a medida que me acercaba a él. Mientras él me sujetaba entre sus brazos, me permití tomar una bocanada de aire, inhalando su aroma. Finn olía realmente bien. Al escucharlo hablar, solté una carcajada. «Mi pequeñina.» Pues verás hasta donde puede llegar tu pequeñina. Entre risas, comencé a corretear divertida por el claro, mirando hacia atrás para ver si me seguía. Cuando se me acercaba demasiado, yo lo esquivaba y giraba rápidamente, sin dejar de reír y de soltar pequeños grititos de la emoción. Estuvimos unos minutos así, dando vueltas por el prado entre risas. En una de esas, fallé y al girarme, acabé frente a él, a lo que dejé de reír unos instantes. Iba a retroceder, pero en ese momento él me agarró de la cintura y rápidamente me cargó a saquito sobre su hombro izquierdo. Solté un grito agudo cuando lo hizo e intenté resistirme, pero su fuerza era mucho mayor que la mía. —¡¡Finn, suelta!!— Exclamé con voz aguda. Como acto reflejo, llevé mis manos al final de su espalda y las apoyé ahí para ayudarme a no perder el equilibrio mientras pataleaba un poco para hacer que me soltara. Al escucharlo hablar, me dio un ataque de risa y comencé a reír a carcajadas. Él comenzó a caminar, y yo volví a resistirme y a revolverme. Para qué. Finn perdió el equilibrio y cayó, y por su puesto, yo con él. Solté un agudo gritito mientras sentía que caía. Por suerte, caímos sobre una montaña de hojas que nos amortiguaron el golpe. Abrí muchísimo los ojos y contuve la respiración al caer, mirando fijamente a Finn sobre mí y viendo cómo miles de hojas volvían a caer sobre nosotros después de que las hiciéramos revolotear poro los aires. Entreabrí mi boca para respirar, algo agitada por toda la emoción y el nerviosismo del momento. Aquella situación me hizo recordar aquel día en el lago. Sentí un cosquilleo en mis mejillas, síntoma de que estaba empezando a sonrojarme. No podía dejar de mirarlo fijamente a sus labios mientras intentaba controlar mi respiración desenfrenada. Intenté sonreír ante su broma, pero simplemente estaba congelada ahí, mirándolo a esos dos mares verdes que tenía por ojos. Cuando fue acercando su rostro al mío, bajé mi mirada hacia sus labios y fui inhalando lentamente a medida que su rostro se acercaba más al mío. Finalmente, sus labios tomaron otro rumbo y se posaron sobre mi nariz. No sabía cómo me sentía en aquel momento. Era un revoltijo de sensaciones y sentimientos.
Parpadeé un par de veces cuando Finn se levantó y lo miré. Cogí su mano para ayudar a levantarme, y me sorprendí a mí misma de tener la fuerza suficiente para no volver a caer o ni siquiera tambalearme. Ya de pie, solté su mano y caminé en silencio junto a él hasta una pequeña cabaña que vendía cestas de picnic. Aquel sitio nunca dejaría de sorprenderme. Cuando tuvimos lo necesario, regresamos al claro. Allí, ayudé a Finn a colocar el mantel en el suelo y fuimos sacando la comida para colocarla sobre éste. Me senté ligeramente de lado, con las rodillas flexionadas y apoyada sobre la palma de mi mano. Miré a Finn y sonreí al escucharlo. —¡Gracias, e igualmente!— Respondí, dedicándole una dulce sonrisa y cogiendo un sándwich. Le di un mordisco y lo saboreé. ¡Estaba realmente rico! Sonreí y volví a morderlo. Cuando paré para beber, miré a Finn. —Finn, háblame sobre ti.— Dije, mirándolo. No sé de dónde había salido esa pregunta; no llegué a pensarla, simplemente me salió sola. Aunque realmente me interesaba mucho saber sobre él, todo lo que pudiera. Nunca me había interesado tanto por alguien, nunca. Creo que Finn estaba empezando a gustarme más de lo que me gustaría. ¿Más de lo que me gustaría? ¿Me gustaría querer menos a Finn? No estaba demasiado segura de que la respuesta fuese afirmativa, pero no quería fastidiar la bonita amistad que habíamos forjado y acabar distanciándonos por un maldito error de sentimientos...
—Qué modesto.— Reí antes su comentario, risas que aumentaron al verlo elevar las cejas repetidamente. Finn siempre sabía cómo hacerme reír a carcajada limpia. Me encantaba. Estar con él era como ir a una de esas sesiones de risoterapia que la gente estresada tanto busca. No podía negar que era bastante afortunada por tener un amigo como él, a pesar de que cada dos por tres esté haciéndome enfadar.
Durante todo el camino nos mantuvimos uno junto al otro, y no podía evitar sonrojarme de vez en cuando, cada vez que él me pillaba mirándolo o yo lo pillaba a él mirándome a mí. Era divertido, pero algo bochornoso cuando el otro te pillaba in fraganti. Cuando me pilló por tercera vez mirándole, me sonrojé y bajé la vista hacia mis manos, que sujetaban las riendas de Intikilla. Decidí, por mi propio bien, no volver a mirarle, y para ello, propuse hacer una carrera. Fue realmente divertido. Me mantuve todo el trayecto riendo, tratando de mantenerme por delante de Finn. No fue nada difícil, pero finalmente ganamos Inti y yo. Solté un gritito feliz y abracé el cuello de Intikilla, felicitándolo y premiándolo. Miré a Finn cuando él habló y arqueé mis cejas. —¿Cuál quiero que sea mi premio?— Tú. ¡REBECCAAAAA! Oh, no. Agité mi cabeza para intentar apartar aquellos pensamientos y dejarlos ocultos en lo más profundo y oculto de mi cerebro. ¿Qué me pasaba? —No sé, tendría que pensármelo.— No te sonrojes, no te sonrojes... No sabía qué elegir como premio, pero sí que me apetecía que fuese uno con lo que poder pillar un poco a Finn y poder reírme otro tanto. No iba a ser él el único que se ría fastidiándome. Donde las dan las toman, Finn.
Seguimos paseando por las inmensidades de aquel lugar, charlando y riendo entre nosotros. De vez en cuando nos mirábamos mientras hablábamos, e incluso nos dedicábamos sonrisas risueñas y divertidas. En una de esas veces que lo miré, vi cómo una hoja bastante grande era arrastrada por el viento directamente hasta su cara. Intenté no reírme, pero fallé estrepitosamente. Estallé en carcajadas, echándome hacia delante sobre el cuello de Inti y luego hacia atrás, sin poder dejar de reír. Era demasiado gracioso. Y para colmo, aquella escena se repetía incesablemente en mi cabeza, una y otra vez, produciéndome más y más carcajadas. Me faltaba el aire, pero no podía parar. Volví a mirarle, todavía riendo, viendo cómo apartaba la hoja de su cara y la miraba con desagrado. —Eso parece.— Dije entre risas, pasando mi dedo por debajo de mi ojo, enjugándome una pequeña lágrima que comenzaba a salir debido a la risa.
Continuamos con nuestro paseo. Aquel lugar era inmenso, y precioso, absolutamente precioso. La verdad era que donde yo vivía antes no había estos lugares. Estaba segura de que a mi padre le encantaría verlos. Mi padre... ¿Cómo estaría? Lo echaba de menos. El muy cabezota no quiso venirse al club conmigo, así que ahora solo hablo con él cada tanto, cuando ambos tenemos tiempo libre. No le he hablado de Finn. Bueno, tampoco tendría por qué hablarle de él. O quizá sí; era mi mejor amigo aquí. Sí, un amigo al que en verano estuviste a punto de besar... Oh, Dios, aquel momento fue muy vergonzoso. No sé qué me pasó; creo que me dejé llevar. Por lo menos Finn se separó y me impidió que hiciera una locura, aunque aún me queda ese recuerdo perturbador.
La voz de Finn me sacó de aquellos pensamientos y lo miré, arqueando las cejas. —¿A dónde vamos?— Pregunté mientras hacía que Inti tomase el mismo rumbo que Athenea y él. Lo seguí al trote, con curiosidad. Cuando ambos llegamos a un precioso claro, no pude evitar abrir la boca, impresionada y maravillada. Aquel sitio era precioso, y cuanto más lo descubría, más me impresionaba. Frené un poco a Inti y lo puse al paso mientras nos acercábamos a donde estaban Finn y Athenea. Al llegar, le dediqué una sonrisa al joven, aunque esa sonrisa se acabó convirtiendo en un gesto de asombro cuando se acercó a mí, cogió mi mano y besó mis nudillos. Nunca me habían hecho algo así. Contuve la respiración cuando hizo la reverencia y me obligué a tratar de reaccionar con normalidad, como si nada. Creo que acababa de derretirme y deshacerme pedacito a pedacito cuando tuvo ese detalle. Me recompuse mentalmente y sonreí cuando él habló. —¿Su majestad? Vaya, creo que no me costaría mucho acostumbrarme a tantos halagos, pero creo que estás exagerando un poquito, Finn.— Respondí ante sus palabras mientras bajaba de Inti. Cuando coloqué los pies sobre el suelo, me giré hacia él, quedando a pocos centímetros de distancia. Lo miré directamente a sus expresivos ojos verdes y sonreí. —Será todo un placer tomar ese delicioso picnic con ese servidor.— Dije, sonriendo divertida. Para él mirarme, debía bajar la vista, ya que yo solo le llegaba hasta el hombro. Qué alto era. Su voz me sacó de aquellos pensamientos, y al escucharlo, enarqué una ceja, incrédula. —¿Bajita? Perdona, pero desde siempre he sido la más alta de mis amigas. Cuidado con lo que dices.— Respondí, frunciendo los labios e inflando un poco las mejillas, enfadada. Bueno, no sé por qué me enfadaba con ésto, pero no sé, con Finn todo lo que sentía era exagerado. Conseguía chincharme con cualquier cosa. Estúpido y sensual Finn. Volví a abrir mi boca para quejarme, pero en ese instante Finn pasó su brazo por mis hombros y me atrajo hacia sí. Mi rostro de enfado se fue tornando a uno asombrado e incrédulo a medida que me acercaba a él. Mientras él me sujetaba entre sus brazos, me permití tomar una bocanada de aire, inhalando su aroma. Finn olía realmente bien. Al escucharlo hablar, solté una carcajada. «Mi pequeñina.» Pues verás hasta donde puede llegar tu pequeñina. Entre risas, comencé a corretear divertida por el claro, mirando hacia atrás para ver si me seguía. Cuando se me acercaba demasiado, yo lo esquivaba y giraba rápidamente, sin dejar de reír y de soltar pequeños grititos de la emoción. Estuvimos unos minutos así, dando vueltas por el prado entre risas. En una de esas, fallé y al girarme, acabé frente a él, a lo que dejé de reír unos instantes. Iba a retroceder, pero en ese momento él me agarró de la cintura y rápidamente me cargó a saquito sobre su hombro izquierdo. Solté un grito agudo cuando lo hizo e intenté resistirme, pero su fuerza era mucho mayor que la mía. —¡¡Finn, suelta!!— Exclamé con voz aguda. Como acto reflejo, llevé mis manos al final de su espalda y las apoyé ahí para ayudarme a no perder el equilibrio mientras pataleaba un poco para hacer que me soltara. Al escucharlo hablar, me dio un ataque de risa y comencé a reír a carcajadas. Él comenzó a caminar, y yo volví a resistirme y a revolverme. Para qué. Finn perdió el equilibrio y cayó, y por su puesto, yo con él. Solté un agudo gritito mientras sentía que caía. Por suerte, caímos sobre una montaña de hojas que nos amortiguaron el golpe. Abrí muchísimo los ojos y contuve la respiración al caer, mirando fijamente a Finn sobre mí y viendo cómo miles de hojas volvían a caer sobre nosotros después de que las hiciéramos revolotear poro los aires. Entreabrí mi boca para respirar, algo agitada por toda la emoción y el nerviosismo del momento. Aquella situación me hizo recordar aquel día en el lago. Sentí un cosquilleo en mis mejillas, síntoma de que estaba empezando a sonrojarme. No podía dejar de mirarlo fijamente a sus labios mientras intentaba controlar mi respiración desenfrenada. Intenté sonreír ante su broma, pero simplemente estaba congelada ahí, mirándolo a esos dos mares verdes que tenía por ojos. Cuando fue acercando su rostro al mío, bajé mi mirada hacia sus labios y fui inhalando lentamente a medida que su rostro se acercaba más al mío. Finalmente, sus labios tomaron otro rumbo y se posaron sobre mi nariz. No sabía cómo me sentía en aquel momento. Era un revoltijo de sensaciones y sentimientos.
Parpadeé un par de veces cuando Finn se levantó y lo miré. Cogí su mano para ayudar a levantarme, y me sorprendí a mí misma de tener la fuerza suficiente para no volver a caer o ni siquiera tambalearme. Ya de pie, solté su mano y caminé en silencio junto a él hasta una pequeña cabaña que vendía cestas de picnic. Aquel sitio nunca dejaría de sorprenderme. Cuando tuvimos lo necesario, regresamos al claro. Allí, ayudé a Finn a colocar el mantel en el suelo y fuimos sacando la comida para colocarla sobre éste. Me senté ligeramente de lado, con las rodillas flexionadas y apoyada sobre la palma de mi mano. Miré a Finn y sonreí al escucharlo. —¡Gracias, e igualmente!— Respondí, dedicándole una dulce sonrisa y cogiendo un sándwich. Le di un mordisco y lo saboreé. ¡Estaba realmente rico! Sonreí y volví a morderlo. Cuando paré para beber, miré a Finn. —Finn, háblame sobre ti.— Dije, mirándolo. No sé de dónde había salido esa pregunta; no llegué a pensarla, simplemente me salió sola. Aunque realmente me interesaba mucho saber sobre él, todo lo que pudiera. Nunca me había interesado tanto por alguien, nunca. Creo que Finn estaba empezando a gustarme más de lo que me gustaría. ¿Más de lo que me gustaría? ¿Me gustaría querer menos a Finn? No estaba demasiado segura de que la respuesta fuese afirmativa, pero no quería fastidiar la bonita amistad que habíamos forjado y acabar distanciándonos por un maldito error de sentimientos...
Rebecca- Mensajes : 17
Re: Golden Hills
Estaba dándole un nuevo mordisco a mi sandwich cuando escuché la voz de Rebecca, pidiéndome que le contara algo sobre mi. No respondí enseguida, ya que parecía que mis 19 años de vida se habían borrado repentinamente. La miré con una sonrisa mientras terminaba de masticar, buscando algo por donde empezar.— Oh, hmm, bueno. Creo que de aquí a que termine de hablarte sobre mi va a pasar un laaargo rato. Ya sabes que puedo llegar a ser muy narcisista.— inquirí sonriendo, mientras bajaba la mirada en busca de un poco de limonada.— Hola, me llamo Finn, Finnegan Applewhite Young, tengo 19 años y vivo en el pueblecito de Gladedawn.— comencé a decir como si se tratara de una entrevista.— Nací el 13 de Mayo en un barrio muy pijo a las afueras de Londres, Stonewall. Mis padres me querían mucho y consentían todos mis caprichos. Los animales fueron mi gran pasión desde siempre. Tuve animales de todo tipo, desde perros a serpientes. Aunque los caballos siempre fueron mis animales favoritos y monté durante un tiempo tuve que dejarlo, porque mi tío se quedó paralítico tras levantarse el coma. Él era jockey y en una carrera se quedó inconsciente debido a una caída. A mi padres les entró miedo de que me pudiera pasar lo mismo e intentaron apartarme de los caballos cuanto pudieron. Por lo pronto me conformaba con verlos llevar carrozas o por la tele, aunque me moría por volver a montar.— me permití enrrollarme un poco en mi pasado, ya que a Reb parecía interesarle. Sus brillantes orbes estaban fijos en mi, y tanto en su piel como en su pelo jugaban las luces del sol que se filtraban entre las hojas de los árboles.— Y aunque no puedas creertelo, — seguí entre risas ante lo que iba a decir, recordándome a mi mismo con el pelo mucho más largo, rozando mis cejas y casi mis hombros, y mucho mas bajito que ahora.— yo era muy tímido, no hablaba apenas y no tenía ningún amigo. Apuesto lo que sea a que ahora desearías que hubiera sido más callado.— dije entre risas, al ver el rostro incrédulo de Reb.— Aunque se podría decir que siempre causé sensación entre las chicas.— inquirí con una sonrisa torcida muy burlona, aunque era la verdad.— Quizá eso incrementara aún más el desdén que tenían mis compañeros de clase hacia mí. Y bueno,... Hmmm, ¡ah si! A veces después del colegio me pasaba por un barrio cercano, muy bohemio, al que llamaban La buhardilla. Las personas de Stonewall odiaban a las personas que vivían allí, incluidos mis padres, que decían que allí solo vivían indigentes, gente sin estudios y anti-sociales. Un día, no se muy bien como, acabé en la sala de teatro de allí, hablando con el profesor que impartía teatro. Apartir de ese día todas las semanas me iba a las clases de teatro a escondidas de mis padres. Con el tiempo dejé mi timidez de lado y empecé a salir del cascaron con el que me había envuelto durante tantos años.— volví a darle un bocado al sandwich y seguí con la historia.— Representabamos algunas obras en la salita de vez en cuando, ensayábamos y lo pasabamos bien. Cuando tenía casi 18 años mi profesor de teatro me consiguió un casting para una beca en la escuela de arte dramático de aquí, estuve preparandome durante tres meses para la prueba. Estaba muy ilusionado, porque eso implicaría irme de Stonewall y dejar a mis padres, que siempre me habían reprimido de hacer lo que más me gustaba. Pero una semana antes mis padres se enteraron de todo. Me encerraron en mi habitación toda aquella semana, estaban decididos de que su hijo no iba a ser actor, y casi lo consiguen. Pero la noche antes del casting les escribí una nota, cogí algunas de mis cosas y me escapé por la ventana. Esa noche dormí en una de las butacas de la salita de teatro. A la mañana siguiente cogí una guagua hacia el sitio donde se hacía el casting y me presenté. Aquella misma tarde mi dijeron que me habían aceptado y emprendí mi viaje hacia aquí.— dije con una amplia sonrisa, esperanzada y llena de ilusión. Qué distinta sería mi vida ahora si no me hubiera escapado aquella noche, o peor aún, si no me hubieran aceptado. Pero había ganado muchas cosas con el risgo. Ya no solo una beca completa para estudiar lo que quería, ni poder volver a montar, o vivir lejos de Stonewall y su pijería. No, había conseguido algo que nunca antes había tenido: una mejor amiga. Bueno, aunque la definición "mejor amiga" no terminaba de ser suficiente para mí. Estaría, por primera vez en mi vida, ¿enamorado? Oh, no. No, no, no. Quizá fuera otra cosa. Tenía que ser otra cosa.
Intenté alejar de mi mente aquellos pensamientos cerrando un poco mi historia.— No he vuelto a ver a mis padres, aunque intuyo que tampoco les haría ilusión verme. Fue un gran palo para ellos, pero yo tenía que seguir lo que mi corazón me decía.— aquellas últimas palabras rezumbaban en mi mente como una abeja en primavera. Bésala, dijo mi corazón. Quieto, dijo mi cerebro. Hubo una pausa, en la que ni mis pulmones funcionaban. Solo existía ella. Se mostraba algo triste ante mi historia. Su sonrisa se había difuminado, pero sus ojos seguían brillando. Entonces todo volvió a ponerse en marcha, como un reloj viejo al que le costaba funcionar. Noté salir de mi boca palabras que no había pensado.— Y luego te conocí a ti.— hubo una pequeña pausa, ¿que estaba empezando a decir? Shhhh, shhh, ¡corazón, callate! —No sabes lo agradecido que estoy de haberte conocido. Nunca había conocido a alguien como tú.— no era dueño de lo que hacía o decía, era como si estubiera poseído con una marea de amor hacia ella. Empecé a acortar las distancias. En mi mente había una lluvia color de rosa: la primera vez que la vistes no pudiestes apartar la mirada de ella, no por que fuera hermosa, que lo es, sino por algo más allá de la belleza visible. Miedo a no volverla a ver nunca más, quizá. Y ahora está ahí delante tuya, con esos ojos tan brillantes que tiene, llenos de vida e ilusión. Esos labios, en los que el sabio se vuelve loco y el hielo se consume. Has estado tan cerca tantas veces de saborear la locura... Rebecca parecía darse cuenta de mi acercamiento, pero no se apartaba. Quizá ella también quería besarme.
Cuando ya quedaban tan solo un par de centímetros para alcanzar sus labios se apoderó de mi el miedo. De pronto figuras empezaron a formarse en mi recuerdo. La sensación fría de las baldosas de un baño. Veía borroso y notaba caer el pelo por mi frente hasta las cejas. Volvía a tener 14 años. Estaba en el baño de las chicas, mis gafas se habían caido al suelo y notaba unas manos que presionaban mis hombros contra la pared. Se escuchaban voces femeninas, chicas que decían "¡bésalo, bésalo! ¡Así igual espabila!" La chica que me tenía sujeto era muy guapa, por lo que podía diferenciar. Era Becky, la chica más guapa de mi curso, que cada vez estaba más y más cerca de mi. Sentí unos labios arder en los míos. Sería una sensación agradable si no fuera porque estaban obligándome. Beso tras beso, cada vez menos delicado y un chupetón en el cuello, y otro, que empezaban a arderme como el hielo cuando está muy frío. Forcejeaba, pero cuanto más lo hacía más notaba mis omoplatos contra las baldosas gélidas. Acabé por dejar de oponer fuerza hasta que todo pasara, y pronto se escuchaba el sonido extraño. Me había sentado sobre mis gafas, las cuales se rompieron. ¿Qué había hecho para que me pasara aquello?
Abrí los ojos repentinamente, a apenas dos centímetros de los labios de Rebecca, y me aparté de ella, sacudiendo la cabeza, mientras colocaba mis manos a ambos lados de ésta. Me tendí en el suelo y ahogé un gritito algo furioso. Tenía las manos en la cara, no quería mirar a Rebecca después de haber hecho eso. Había estado muchas veces cerca de besarla, pero nunca tan cerca como esta vez. Tenía ganas de llorar. De verdad que quería besarla...
Ese era uno de mis demonios interiores: Becky, que se había dedicado a acosarme durante aquel curso, creyendo que necesitaba un "empujoncito amoroso". Después de aquello me costó mucho hablar con las chicas, pero el teatro me había ayudado mucho. Cuando ingresé en el grupo de La buhardilla ya no tenía ese problema, y de hecho, tonteaba con muchas chicas y llegaba a jugar más de lo debido con los sentimientos de algunas. Pero en cuanto me venían aquellos recuerdos las dejaba. Nunca me había sido difícil dejar de tontear con la chica de turno, ya que tampoco estaba realmente enamorado de ninguna de ellas. Se podría decir que eran como: "mis amores de fin de semana". Pero Rebecca no era igual. No era un amor de fin de semana. Ni siquiera uno de verano. Rebecca se estaba convirtiendo, segundo a segundo, en el amor de mi vida. Y eso me asustaba. Me asustaba hacerle daño y alejarla para siempre. Porque yo quería que ella fuera eterna, para poderla ver todos los días de mi vida, para tenerla entre mis brazos y abrazarla y protegerla. Quería que fuera eterna para disfrutar cada segundo con ella, ver como cada día nos hacíamos mayores, uno junto al otro. Quería que fuera eterna para que un día no tuviera que llorar su muerte, para que un día de pronto el sol de su mirada no se hundiera en la cascada de su precioso pelo, y que su sonrisa se fugara como la arena con el viento. Quería una eternidad, pero solo si era con ella.
Durante toda esta reflexión hubo un gran silencio, en el cual yo aún seguía tendido en el suelo, imagiándome la cara de Rebecca si de verdad deseaba ese beso. Aparté mis manos de mi cara y me incorporé, observando como la mirada de Rebecca pasaba del suelo a mí.— Rebecca...— empecé a decir sin saber como iba a continuar. Sus ojos color cielo me observaron fijamente... ¡A LA MIERDA EL MIEDO!— Te quiero.— era la primera vez que decía aquellas palabras con la total sinceridad con la que se debería decirse siempre. Nunca antes había dicho algo que sentía tanto. Y sonaba tan bien,...— Te quiero, Rebecca...— repetí, como si fuese un susurro guardado durante mucho tiempo.— Desde el primer día y posiblemente hasta el último. Nunca había sentido nada como lo que siento ahora, ni nunca he tenido tantas ganas de besar a alguien como a ti.— mi sonrisa algo tristona se ensanchó. Los ojos me brillaban mucho, cristalinos, como con ganas de desatar un mar salado.— Pero tu eres una princesa. Y mereces una vida de princesa con un final feliz. Y yo tan solo soy un sapo que pretende ser un principe azul a lomos de un caballo blanco. Y por mucho que una princesa bese un sapo; la princesa seguirá siendo princesa y los sapos seguirán siendo sapos.— bajé mi mirada. No soportaba mirar a aquellos ojos azules durante más tiempo. Era como tomar una copa que sabía que estaba envenenada, tomar su líquido con lentitud y notar como el veneno se extendía por tus venas. Aún así era tan adicto a sus ojos que volví a levantar la vista, como mirando a la muerte a los ojos. Y que muerte más bonita. Y que enamorado estaba de ella. Y cuantas veces moriría por ella.— Nunca he sido bueno en mis relaciones, Rebecca. Y quizá más que un sapo sea una bestia que mantiene a las princesas en la torre más alta del más alto castillo hasta que se aburre de ellas y las daña. Me importas demasiado como para dañarte, porque nunca me lo perdonaría. Y aunque egoístamente me encantaría que tomaras el riesgo de ser mi princesa, no creo que sea lo más conveniente. Aunque por ti daría lo que fuera por ser TU principe.— me quedé observándola, sin saber muy bien lo que esperaba: ¿una respuesta, un cachetón, un te quiero, un beso,...? Realmente no sabía cual prefería, porque todas dolerían, de una manera u otra, pero aquel silencio era lo peor. Me estaba matando.
Intenté alejar de mi mente aquellos pensamientos cerrando un poco mi historia.— No he vuelto a ver a mis padres, aunque intuyo que tampoco les haría ilusión verme. Fue un gran palo para ellos, pero yo tenía que seguir lo que mi corazón me decía.— aquellas últimas palabras rezumbaban en mi mente como una abeja en primavera. Bésala, dijo mi corazón. Quieto, dijo mi cerebro. Hubo una pausa, en la que ni mis pulmones funcionaban. Solo existía ella. Se mostraba algo triste ante mi historia. Su sonrisa se había difuminado, pero sus ojos seguían brillando. Entonces todo volvió a ponerse en marcha, como un reloj viejo al que le costaba funcionar. Noté salir de mi boca palabras que no había pensado.— Y luego te conocí a ti.— hubo una pequeña pausa, ¿que estaba empezando a decir? Shhhh, shhh, ¡corazón, callate! —No sabes lo agradecido que estoy de haberte conocido. Nunca había conocido a alguien como tú.— no era dueño de lo que hacía o decía, era como si estubiera poseído con una marea de amor hacia ella. Empecé a acortar las distancias. En mi mente había una lluvia color de rosa: la primera vez que la vistes no pudiestes apartar la mirada de ella, no por que fuera hermosa, que lo es, sino por algo más allá de la belleza visible. Miedo a no volverla a ver nunca más, quizá. Y ahora está ahí delante tuya, con esos ojos tan brillantes que tiene, llenos de vida e ilusión. Esos labios, en los que el sabio se vuelve loco y el hielo se consume. Has estado tan cerca tantas veces de saborear la locura... Rebecca parecía darse cuenta de mi acercamiento, pero no se apartaba. Quizá ella también quería besarme.
Cuando ya quedaban tan solo un par de centímetros para alcanzar sus labios se apoderó de mi el miedo. De pronto figuras empezaron a formarse en mi recuerdo. La sensación fría de las baldosas de un baño. Veía borroso y notaba caer el pelo por mi frente hasta las cejas. Volvía a tener 14 años. Estaba en el baño de las chicas, mis gafas se habían caido al suelo y notaba unas manos que presionaban mis hombros contra la pared. Se escuchaban voces femeninas, chicas que decían "¡bésalo, bésalo! ¡Así igual espabila!" La chica que me tenía sujeto era muy guapa, por lo que podía diferenciar. Era Becky, la chica más guapa de mi curso, que cada vez estaba más y más cerca de mi. Sentí unos labios arder en los míos. Sería una sensación agradable si no fuera porque estaban obligándome. Beso tras beso, cada vez menos delicado y un chupetón en el cuello, y otro, que empezaban a arderme como el hielo cuando está muy frío. Forcejeaba, pero cuanto más lo hacía más notaba mis omoplatos contra las baldosas gélidas. Acabé por dejar de oponer fuerza hasta que todo pasara, y pronto se escuchaba el sonido extraño. Me había sentado sobre mis gafas, las cuales se rompieron. ¿Qué había hecho para que me pasara aquello?
Abrí los ojos repentinamente, a apenas dos centímetros de los labios de Rebecca, y me aparté de ella, sacudiendo la cabeza, mientras colocaba mis manos a ambos lados de ésta. Me tendí en el suelo y ahogé un gritito algo furioso. Tenía las manos en la cara, no quería mirar a Rebecca después de haber hecho eso. Había estado muchas veces cerca de besarla, pero nunca tan cerca como esta vez. Tenía ganas de llorar. De verdad que quería besarla...
Ese era uno de mis demonios interiores: Becky, que se había dedicado a acosarme durante aquel curso, creyendo que necesitaba un "empujoncito amoroso". Después de aquello me costó mucho hablar con las chicas, pero el teatro me había ayudado mucho. Cuando ingresé en el grupo de La buhardilla ya no tenía ese problema, y de hecho, tonteaba con muchas chicas y llegaba a jugar más de lo debido con los sentimientos de algunas. Pero en cuanto me venían aquellos recuerdos las dejaba. Nunca me había sido difícil dejar de tontear con la chica de turno, ya que tampoco estaba realmente enamorado de ninguna de ellas. Se podría decir que eran como: "mis amores de fin de semana". Pero Rebecca no era igual. No era un amor de fin de semana. Ni siquiera uno de verano. Rebecca se estaba convirtiendo, segundo a segundo, en el amor de mi vida. Y eso me asustaba. Me asustaba hacerle daño y alejarla para siempre. Porque yo quería que ella fuera eterna, para poderla ver todos los días de mi vida, para tenerla entre mis brazos y abrazarla y protegerla. Quería que fuera eterna para disfrutar cada segundo con ella, ver como cada día nos hacíamos mayores, uno junto al otro. Quería que fuera eterna para que un día no tuviera que llorar su muerte, para que un día de pronto el sol de su mirada no se hundiera en la cascada de su precioso pelo, y que su sonrisa se fugara como la arena con el viento. Quería una eternidad, pero solo si era con ella.
Durante toda esta reflexión hubo un gran silencio, en el cual yo aún seguía tendido en el suelo, imagiándome la cara de Rebecca si de verdad deseaba ese beso. Aparté mis manos de mi cara y me incorporé, observando como la mirada de Rebecca pasaba del suelo a mí.— Rebecca...— empecé a decir sin saber como iba a continuar. Sus ojos color cielo me observaron fijamente... ¡A LA MIERDA EL MIEDO!— Te quiero.— era la primera vez que decía aquellas palabras con la total sinceridad con la que se debería decirse siempre. Nunca antes había dicho algo que sentía tanto. Y sonaba tan bien,...— Te quiero, Rebecca...— repetí, como si fuese un susurro guardado durante mucho tiempo.— Desde el primer día y posiblemente hasta el último. Nunca había sentido nada como lo que siento ahora, ni nunca he tenido tantas ganas de besar a alguien como a ti.— mi sonrisa algo tristona se ensanchó. Los ojos me brillaban mucho, cristalinos, como con ganas de desatar un mar salado.— Pero tu eres una princesa. Y mereces una vida de princesa con un final feliz. Y yo tan solo soy un sapo que pretende ser un principe azul a lomos de un caballo blanco. Y por mucho que una princesa bese un sapo; la princesa seguirá siendo princesa y los sapos seguirán siendo sapos.— bajé mi mirada. No soportaba mirar a aquellos ojos azules durante más tiempo. Era como tomar una copa que sabía que estaba envenenada, tomar su líquido con lentitud y notar como el veneno se extendía por tus venas. Aún así era tan adicto a sus ojos que volví a levantar la vista, como mirando a la muerte a los ojos. Y que muerte más bonita. Y que enamorado estaba de ella. Y cuantas veces moriría por ella.— Nunca he sido bueno en mis relaciones, Rebecca. Y quizá más que un sapo sea una bestia que mantiene a las princesas en la torre más alta del más alto castillo hasta que se aburre de ellas y las daña. Me importas demasiado como para dañarte, porque nunca me lo perdonaría. Y aunque egoístamente me encantaría que tomaras el riesgo de ser mi princesa, no creo que sea lo más conveniente. Aunque por ti daría lo que fuera por ser TU principe.— me quedé observándola, sin saber muy bien lo que esperaba: ¿una respuesta, un cachetón, un te quiero, un beso,...? Realmente no sabía cual prefería, porque todas dolerían, de una manera u otra, pero aquel silencio era lo peor. Me estaba matando.
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